En la literatura uno siempre es un gran ignorante. Si se frecuenta la tradición, no es posible abarcar la modernidad; si se lee la literatura latinoamericana, es imposible conocer a todos los europeos o asiáticos; si uno se acerca a los autores premiados, se olvida de aquellos quienes no han tenido buena suerte con la posteridad.
Se piensa que quienes no leen son los que desconocen de libros, pero entre los grandes lectores también existe una ignorancia tremenda. Si usted se considera un lector tenaz seguro se ha enfrentado a la pregunta de un amigo o familiar quien ve en usted a un experto y que termina haciéndolo ver como un iletrado: “¿Y qué tal la última novela de Dan Brown?”. “¿Qué libro de Paulo Coelho me recomendarías?”
Eso que llamamos “literatura” son millones de ejemplares imposibles de abarcar, y el “conocimiento literario” no es sino una selección que a lo largo de la vida va y viene de acuerdo con nuestras obsesiones, las recomendaciones de conocidos, las mesas de novedades y otros muchos factores. En algunos de estos últimos será en los que nos enfocaremos.
La investigadora Vanina Papalini descubrió, por ejemplo, que entre 2007 y 2008 los lectores argentinos prefirieron a los autores nacionales (50%) sobre los latinoamericanos (10%) y los españoles o portugueses (8%); mientras que en México el porcentaje de autores nacionales seleccionados para leer representó 38%, contra 14% de latinoamericanos y sólo 2% de españoles y portugueses. Además, los lectores mexicanos prefirieron 46% de autores no iberoamericanos, se inclinaron por leer novelas y uno de cada cuatro libros adquiridos en nuestro país era de autoayuda.
A estos factores, habrá de añadirse que los libros comprados no representan necesariamente novedades editoriales, y que estos ejemplares, en su mayoría, no son de literatura. En este sentido, si bien es comprensible que dentro de las seis principales editoriales en México en 2017 estén Penguin Random House, Editorial Planeta y Editores Mexicanos Unidos (grupos conocidos al menos por su nombre), resulta desconcertante que también se hallen Editorial Panini México, Grupo Bestway y Advanced Marketing. ¿De cuáles de estas tres últimas editoriales ha escuchado usted, cuántos libros les compró el último año?
Hoy, gracias al Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, y a sus constantes estudios, es posible conocer las cifras del mundo editorial y darnos cuenta de que aquello que los llamados “grandes lectores” creen que es la tendencia, está muy alejado de la realidad. Por ejemplo, ese lugar común que señala que la industria editorial española vive de sus importaciones a América Latina ha quedado desmentido al saber que a quien más le venden es a Francia.
Después de esto, volvamos a eso que llamamos “literatura”, que incluye géneros como novela, poesía, cuento, teatro, ensayo, novela gráfica y muchas más. ¿Conoce usted al menos un ejemplar de cada uno de estos géneros? Si va a su librero, qué porcentaje son autores y cuántas autoras; cuántos mexicanos, latinoamericanos; cuántos pertenecientes a la llamada ola amarilla de Anagrama; a cuántos los descubrió en una mesa de novedades, a cuántos llegó por recomendación de alguien más, a quiénes leyó porque los mencionaba uno de sus autores predilectos o aparecían en uno de los libros que le gustan…
Seguir este rastro es casi imposible, pero algunas herramientas tecnológicas permiten trazar rutas y redes, si es que confiamos en los datos que nos ofrecen, por ejemplo, los catálogos electrónicos.
Especulemos: Juan Rulfo, uno de los lectores más heterodoxos mexicanos (como se verá más adelante) era admirador de João Guimarães Rosa. Para el autor de Jalisco, descubrir a Guimarães Rosa en libro sólo fue posible a partir de 1959, cuando se publicó por primera vez en español un cuento del brasileño en el libro Nuevos cuentistas brasileños en la venezolana Monte Ávila editores. Es decir, según este dato, su admiración por la prosa exuberante del de Minas Gerais tuvo de surgir después de haber publicado El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), los cuales, y con el tiempo, lo consagrarían a nivel mundial.
Los siguientes libros de Guimarães Rosa publicados en español fueron Gran Serton: veredas (1965) y Primeras historias (1968), editados por Seix Barral y distribuidos a nivel continental. Justo en esos años (desde 1968 hasta 1983), Rulfo fue asesor del Centro Mexicano de Escritores, donde compartió y recomendó la lectura del brasileño a los becarios de dicha institución.
Si bien no se puede establecer que haya sido el libro de Monte Ávila donde Rulfo leyó a Guimarães Rosa, si es más plausible que la edición de Seix Barral lo acercara en extenso a la obra de dicho autor y por ello recomendara su lectura. Es decir, el conocimiento del autor no era suficiente, sino que también se necesitaba que sus libros fueran asequibles para que la distribución del gusto por esta narrativa se extendiera.
Daniel Sada, uno de aquellos talleristas de Rulfo, se enamoró de la prosa de Guimarães Rosa y recomendaba también su lectura. Sin embargo, para sus alumnos, a finales de los noventa, era casi imposible conseguir los libros del brasileño a menos que fuera en librerías de viejo y con una gran porción de suerte. Si bien aquella obra se había seguido editando en español, los grandes consorcios editoriales no lo habían hecho y, entre la década de 1970 y 2000, fueron pequeñas empresas de distribución regional sobre las que recayó esa responsabilidad: la colombiana Oveja Negra, las uruguayas América Nueva y Arca, la cubana Casa de las Américas, la nicaragüense Nueva Nicaragua y la chilena La Nación. Sin embargo, para un lector mexicano la única posibilidad era conseguir la edición de 1982 de Urubuquaquá (cuerpo de baile) o la de 1984 de Noches del sertón (Cuerpo de baile), en Seix Barral. Otro modo, pero parcial, era leerlo en las pocas antologías de literatura brasileña editadas en el país y más que nada por la UNAM.
Este vacío se remedió a principios de siglo XXI cuando la editorial Adriana Hidalgo comenzó a distribuir a autores brasileños en México, así como debido al impulso de Clarice Lispector por parte de editorial Siruela y posteriormente por la colección “Vereda Brasil” de editorial Corregidor que se distribuyó en México, aunque poco. Entonces, el ciclo de lectura, recomendación y extensión de un autor brasileño fue de nuevo posible.
Este sencillo ejercicio pretende establecer que aquello que leemos no sólo depende de un gusto particular por un estilo literario, sino también de que dichos autores estén (re)editados recientemente, que se les encuentre en diversos puntos de venta, que alguien hable de dichos títulos y que un lector decida salir de su casa, ir a la librería, pagar el costo que se le pida y, por fin, adquiera el libro.
Si bien este postulado parece que reduce las posibilidades debido a la escasa presencia y distribución de una obra, ocurre lo mismo a la inversa. Hoy, que con un clic podemos acceder a casi cualquier obra, llegar a una en particular es como encontrar la tan mentada aguja en el pajar. Los algoritmos que establecen nuestros gustos, nuestras futuras compras y nuestras próximas lecturas invisibilizan a un mundo de autores que nunca llegarán a nuestras manos.
¿Cómo acercarse entonces a la literatura, cómo convertirse en un lector de amplio espectro? Me parece que esto es hoy imposible. El escritor y crítico Federico Guzmán cuestionaba hace un par de años qué tanto se conocía la literatura de América Latina si sólo se leían las obras cumbre del “Boom latinoamericano”. La pregunta encerraba una problemática más profunda: ¿qué tanto sabemos de literatura si sólo conocemos los libros que hemos leído (sean mil o un millón)? ¿Qué tanto nuestro canon realmente representa un canon general y no responde a las intenciones mercantiles de cierta editorial o a la distribución de una obra en un momento y espacio determinado?
Si tomáramos como base para medir nuestro conocimiento literario el Premio Nobel de Literatura, cuántos lectores mexicanos conocen al polaco Władysław Reymont (galardonado en 1924), al finés Frans Eemil Sillanpää (premiado en 1939), al sueco Pär Fabien Lagerkvist (seleccionado en 1951) o al italiano Salvatore Quasimodo (laureado en 1959). Es más, ¿cuántos lectores mexicanos conocen más de cinco cuentos del norteamericano y famoso Ernest Hemingway, los cuales dejaron de editarse por algún tiempo y apenas los volvió a publicar DeBolsillo?
Por lo anterior es por lo menos curiosa la creencia de que hay una nómina de autores que DEBEN de leerse y conocerse, el hecho de que algunas personas señalen con el dedo a aquél que no se ha acercado a los autores que él frecuenta, y cómo cuando alguien dice haber leído a un autor que no está cerca de la tradición común, lo tachan de snob. Esta actitud, que se repite más frecuentemente cada octubre cuando la Academia Sueca otorga el Premio Nobel de Literatura a autores poco distribuidos de forma continental resulta casi cómica. ¿Qué de malo tendría no conocer a un autor? ¿Qué de malo tendría conocer a un autor?
Vuelvo al caso de Rulfo y especulo (además de que ficcionalizo): Juan Rulfo, nacido en 1917, lector poco ortodoxo, dice que entre los 14 y 15 años (inicios de la década de 1930) leyó por primera vez a Knut Hamsun, premio Nobel de literatura 1920. Le gustó tanto, que siguió con el noruego Bjørnstjerne Bjørnson y con la sueca Selma Lagerlöf, premios Nobel de Literatura 1903 y 1909, respectivamente. Tras agotar los libros en español que entonces había de estos autores (quizá por haber ganado recientemente el mencionado laurel), siguió con otros escritores nórdicos, entre ellos Halldór Laxness (editado en español por primera vez en 1951). Para 1953 y 1955, cuando publica El llano en llamas y Pedro Páramo, ya reconoce la influencia del islandés, quien sería galardonado con el premio Nobel de Literatura en 1955. En el Facebook de la historia, aquel día de octubre cuando Rulfo recordó y recomendó uno de los libros de Laxness, alguien comentó en su posteo: «Ay, sí, &%#$% Juan, ahora resulta que tú ya lo habías leído. Si es un autor desconocido»… Desconocido/conocido, ¿según quién?
Ahora volvamos al principio: Usted (y ese “usted” me incluye a mí), ¿qué tanto sabe de literatura?