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Arte

Máscaras de lucha libre y la entrada al Inframundo.

by Jesús Cruzvillegas Fuentes mayo 20, 2020
by Jesús Cruzvillegas Fuentes mayo 20, 2020 966 views

Como una reliquia se conserva la primera máscara del “Santo” que -de acuerdo a la historieta mexicana “Santo” creada por José G. Cruz y punto de partida para la posterior fama mundial en el cine-, la tapa “se pasaría de generación en generación para combatir al mal y luchar por la justicia”. En efecto, la máscara del “Santo” ya pasó a su tercera generación, aunque difícilmente los sucesores de Rodolfo Guzmán Huerta logren alcanzar sus logros. La mayoría de los juniors nunca fueron tan buenos luchadores como sus papás (salvo honrosas excepciones). El uso de máscaras no es exclusivo de la lucha libre mexicana, por ejemplo, en la lucha japonesa han sobresalido enmascarados,  como “Tiger Mask” y “Jushin Liger”.

Aunque se trata de una tradición mexicana, el primero que utilizó una máscara para luchar fue un estadounidense, el “Ciclón” Mckey mejor conocido como la “Maravilla enmascarada”.

Uno de los mejores luchadores mexicanos de la actualidad es “L.A. Park”. Primero fue el “Asesino de Tepito”, perdió la tapa y se volvió a enmascarar con otro personaje “Príncipe Island”. Volvió a perder el personaje y se llamó la “Parka” cuando surgió la empresa AAA en los noventa. Ahí se convirtió en leyenda, pero cuando exigió sus derechos laborales fue despedido y en su lugar quedó la actual “Parka”. Tras varios años de pleito legal, y aunque no ha perdido la máscara, sabemos que el luchador detrás del equipo de “L.A. Park” es Adolfo Tapia Ibarra. Si la máscara es la incógnita ¿por qué la afición sigue coreando “L.A. Park” y no Adolfo Tapia? la capucha es para esconder la identidad, pero también un boleto a la inmortalidad: ¿a quién le importa que el primer “Místico” se llame Luis Ignacio Uribe? el seminarista de los ojos blancos pasará a la historia con letras de oro.

Al contrario de luchadores que se llevaron su secreto hasta la muerte, otros pierden la máscara en lucha de apuestas, algunos elevan su popularidad y muchos quedan en el olvido. El disfraz es el eje simbólico de la lucha libre mexicana, un ejemplo muy claro: “Dos Caras Jr.” heredero de la familia de “Mil Máscaras”, se despojó voluntariamente de su tapa para lograr ingresar al mercado estadounidense con la empresa WWE y convertirse en “Alberto del Río”.

Siempre he estado en contra de la sobre exposición de las imágenes del “Santo” y “Blue Demon”, porque en la vasta historia de la lucha libre mexicana han existido mejores gladiadores, y por supuesto máscaras más bonitas. Las reminiscencias prehispánicas son una constante, la capucha más popular el día de hoy es la del “Dr. Wagner Jr.” que transformó la sencilla tapa blanca de su padre, en una brillante máscara tricolor con grecas aztecas y caballeros águila.

Tal vez, la idea de la repreentación de las máscaras venga de una de las piezas más hermosas del Museo Nacional de Antropología en la ciudad de México, la máscara de jade del rey Pakal II, descubierta en 1953 por el arqueólogo Alberto Ruz en la cripta del Templo de las Inscripciones. Pakal llevaba su máscara para viajar al Inframundo.

La lucha libre es una representación, tanto deportiva por ser competitiva como teatral porque en ella se juegan elementos de una historia, en muchos casos del bien contra el mal, pero en otros del mal contra el mal (es decir rudos contra rudos). Esta trama es algo que uno experimenta en lo cotidiano, como lo analiza el sociólogo norteamericano Erving Goffman en “La representación de la persona en la vida cotidiana” donde considera a las personas con “un enfoque de actores dramaturgos, y definir así las actuaciones de los individuos en sus interacciones, como si de una obra de teatro se tratase”. Este debate respecto al bien y el mal se acentúa en los momentos cercanos a la muerte, o sus alegorías, como el día de Muertos, en los que festejamos la visita de seres queridos que son capaces de regresar del Inframundo.

No en balde, cuando Adolfo Tapia cuenta el porqué del personaje la “Parka” menciona un sueño, donde la muerte lo perseguía (me imagino que hay narrativas similares para los “Gemelos Muerte” y los “Hermanos Muerte”, de la época dorada de la lucha libre). Entrar al mundo de las luchas es un pedacito del Inframundo, no sólo por sus personajes y sus artificios (“Averno”, “Halloween”, “Misioneros de la Muerte”, “Mosqueteros del Diablo”, “Mefisto”, el “Hijo del Diablo”, “Satánico”, “Arkángel”, la “Diabólica”, “Damián 666”, etc.), sino porque ofrece la oportunidad de sacar nuestros demonios y disfrutar una catarsis presentada como espectáculo.

Por sí solas, las máscaras de lucha libre son uno de los principales aportes de México al diseño mundial, y representan una industria cultural. Una de las más bellas es la del “Solitario”, que es una máscara dorada con un antifaz. También sobresalen las creaciones de Valente Pérez, un visionario quien fuese el diseñador de “Mil Máscaras”, “Tinieblas”, “Sicodélico” y otros tantos.

Mi primera visita al Inframundo fue en julio de 1985, cuando tenía 8 años y ya era un fanático de la lucha libre. Cruzaba sin cuidado la calle, admirando mi planilla llena con las estampas de luchadores, y fui atropellado por un muchacho en motocicleta. En las visiones de mí desmayo tuve miedo al pasear por calles oscuras, y en vez de casas o edificios había montículos de arena (muy parecido a la escena de Varsovia devastada en la película “El pianista”). Me dio mucho miedo y comencé a llorar. En mi sueño aparecieron el “Matemático” y el “Gallo Tapado”, mis luchadores favoritos, no tanto por su desempeño en el ring, sino por lo hermosas que me parecían sus máscaras. Al despertar vi a mi madre llorando, y yo tendido en la cama de una ambulancia. Pocos meses después -octubre de 1985- recorrí las devastadas calles del Centro Histórico de la mano de mi madre, y nunca le conté que ya había visitado ese Inframundo. Que de alguna manera había tenido una premonición, déjà vu, etcétera. Cuando conocí al chico que me atropelló, se trataba de un adolescente rubio al que perdoné por su enorme parecido con el luchador Roberto Gutiérrez Frías el “Dandy”.

 

(Publicado en el catálogo de la exposición “La Curtiduría: Arena Oaxaca” en el Museo de Arte Moderno, México 2013).

Jesús Cruzvillegas Fuentes
Jesús Cruzvillegas Fuentes

Especialista en derechos culturales. Autor de "Pasos sonideros" (Proyecto Literal/Secretaría de Cultura, México 2016).

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