Por: Martín Rangel
El 3 de marzo del año en curso, el sitio web del periódico Milenio publicó una columna titulada “Literatura y poder” firmada por el autor Alfonso Valencia (Pachuca, 1984). A Alfonso lo conozco, nacimos en el mismo sitio, con diez años de diferencia. Fue mi profesor durante la preparatoria y una de las primeras personas en leer y retroalimentar mis ejercicios de iniciación en la poesía. Después él continuó con su camino y yo he ido encontrando el mío, siguiendo rutas que pocas veces se encuentran. No somos amigos, no tenemos que serlo. A lo largo de los años hemos tenido diferencias de carácter profesional y otras personales (que yo atribuyo a mi inmadurez, misma que sólo cura el tiempo). La desavenencia que produjo en mí la lectura de “Literatura y poder” pertenece estrictamente a la primera categoría, y tiene su raíz en las perspectivas disímiles desde las cuales él y yo abordamos, teóricamente y en la práctica, el acto de escribir.
Su texto aborda el tema del poder de manera muy tangencial. Es un tema importante y sería bueno discutirlo en otra ocasión. Me interesa lo que escribe sobre la literatura. No voy a retomar, en forma de citas textuales, los puntos expuestos por Alfonso. Ustedes pueden ir a leerlo. En su lugar prefiero establecer una serie de preguntas que surgieron a partir de mi lectura de su columna. Preguntas que, considero, sirven también para comprender el presente de la escritura, su futuro y y nuestros roles y responsabilidades como autorxs. Responsabilidades que se expanden más allá de los bordes de lo estético.
¿La escritura debería limitarse a las cuatro esquinas de la página? Al salir de la página, ¿debe seguir rigiéndose por los criterios de esta?
2. ¿Por qué seguimos pensando en conceptos como “fracaso” o “éxito», profundamente enraizados en la idea de que lxs autorxs compiten entre sí?, además, ¿no decía Beckett que hacer arte es necesariamente fracasar?
3. ¿Por qué pensamos que el glitch, el mash-up, los beats, etc., son recursos que lxs autorxs incorporan a su trabajo debido a que no pueden solamente escribir “como Dios manda”?
4. ¿Por qué a la hora de criticar y producir piezas de literatura electrónica, seguimos aferradxs a criterios de “calidad literaria”, como si fueran constantes inobjetables?
5. ¿Por qué decimos que internet propone nuevos rumbos para la escritura, pero seguimos editando y produciendo libros como si Gutenberg anduviera por aquí?
7. ¿Sólo hay una forma de “ser escritorxs”?
8. ¿Quién, más allá de desearlo o estar de acuerdo, no se ha vuelto un producto dentro de las dinámicas de las redes sociales?, ¿por qué suponemos que lxs autorxs que utilizan las redes como espacio de producción/distribución de su obra no son conscientes de las limitaciones y problemáticas que implica moverse en tales plataformas?
9. ¿En verdad pretendemos emprender, al escribir, “una carrera contra el propio olvido”, en esta era marcada por la anulación del tiempo y la memoria?, ¿seguimos creyendo en la trascendencia de nuestros trabajos, seguimos persiguiéndola?
10. Cuando decimos que lxs otrxs escriben para llamar la atención, obtener poder, hacer labor evangélica o aparecer en la foto, ¿suponemos que sólo se puede escribir por una razón?, ¿así validamos la condición genuina de nuestras intenciones?
11. ¿Así interpretamos las exploraciones de lxs colegas, así nos leemos?, ¿esta es la crítica por la que tanto abogamos?
12. ¿Para qué sirve la crítica (de haberla), sino para generar cánones, mismos que son inevitablemente excluyentes, aparatos verticales de poder (ese que tanto denostamos)?
13. ¿Nuestros criterios para establecer una crítica son “el destello y la originalidad”?, ¿son esas las únicas cualidades capaces de validarnos?, ¿de eso se debe tratar el arte?
14. ¿Por qué incomoda tanto que determinadxs autorxs, con propuestas distintas a las propias, tengan cierta exposición y participen de una conversación que se construye precisamente a través de la diversidad?
15. ¿Vale la pena pensar que quizás lo que nos enoja de ver que otrxs “aparecen en la foto” es que no aparecemos nosotrxs?, ¿importa lo suficiente “aparecer en la foto”, en realidad? Y otra vez: ¿así nos leemos?
16. ¿Qué es lo verdaderamente triste de ver: a otrxs autorxs explorando y divirtiéndose al hacerlo, o testificar cómo quien no comparte la naturaleza y la praxis de esas exploraciones se queja de ellas y las descalifica?
17. ¿En qué convertimos a lxs otrxs al sentir lástima por ellxs?, ¿en qué nos convertimos nosotrxs?, ¿la lástima es un ejercicio crítico?
18. Es válido y necesario disentir, pero ¿para eso tenemos que invalidar aquello que no compartimos?
19. ¿Descalificar las búsquedas de otrxs es un ejercicio crítico necesario? Dentro de todo el espectro que abarca lo electrónico, ¿sólo hay un tipo de búsquedas, relacionadas con ciertas vanguardias, que son válidas e interesantes?
20. ¿Y si mejor intentamos coexistir, dejar de competir y empatizar con aquello que no comprendemos, con aquello que no compartimos?, ¿y si dejamos de pensar que nuestra interpretación del estado de las cosas es la única verdadera?
Dudo mucho que Valencia haya escrito su texto pensando concretamente en mi trabajo, a pesar de las posibles coincidencias y los antecedentes de nuestra relación a través de los años. Sería pecar de egoísmo pensar así. Fácilmente él podría estar dirigiéndose a sí mismo, puesto que ha participado de lecturas intermedia y publicado ejercicios de e-lit en el pasado, los cuales considero valiosos. Podría tratarse de un juicio abstracto, que no se dirige a un objeto en específico. Más allá de eso, respondo a su texto porque las preguntas que anteceden a este párrafo también me las hago constantemente. Porque así como he publicado libros tradicionales, también experimento con lo electrónico en internet. Esas veinte preguntas surgieron tras una serie de lecturas compartidas con comunidades digitales que frecuento, de las que formo parte. Quiero decir: no son ideas mías, creo que son de quien las quiera aprehender. Pienso que todo es cuestionable, todo es maleable y sujeto a ser modificado. El cambio es lo único que permanece, como se ha dicho. Y estoy convencido de que hay cambios a los que conviene adaptarse, y otros a los que es mejor resistir, según nos convenga.
Decía renglones atrás que Alfonso y yo no tenemos por qué ser amigos. A estas alturas sería hipócrita. Lo cierto es que formamos parte de una misma comunidad, comunidad de la que participamos mejor cuando no dividimos, cuando empatizamos y coexistimos sin necesidad de descalificar. Cuando dialogamos y abrazamos la diversidad de prácticas y estilos. Porque, como decía Jean-Luc Nancy, escribir es que nos suceda algo en común, más allá de las diferencias. Quizás suene idealista, pero creo que la empatía, en oposición a la lástima, tiene una dimensión política que es necesaria en un momento de la historia marcado por la individualidad, el aislamiento y la simulación del diálogo. En el diálogo está la clave del futuro, muchxs lo han dicho. Y en comprender que lxs otrxs somos, inevitablemente, nosotrxs.